El perfil de una bruja

En la práctica, cualquier mujer que fuera independiente, librepensadora y que se atreviera a cuestionar el poder de los hombres tenia muchas posibilidades de ser considerada una bruja, porque se creía que, con su actitud desafiante, perturbaba la paz y el orden social. A veces, tal como sucedía en el Reino Unido, esa línea era muy fina y las mujeres que sabían nadar ya se tenían por brujas. Según aquellas mentalidades tan supersticiosas, que alguien flotara en el agua solo era posible con la ayuda de Lucifer y su cohorte de demonios.
No existe un único perfil de bruja, a pesar de que una gran mayoría de las mujeres que fueron acusadas de brujería a lo largo de la historia eran campesinas que vivían solas, de edad avanzada y pobres. Como mínimo, estas eran las características que cumplían muchas de las curanderas condenadas a muerte por esta causa. Todas ellas conocían los secretos de las hierbas curativas (tanto sus usos benéficos como los letales) y en muchas comunidades eran vistas como mujeres sabias hasta que empezó la caza de brujas.
A copia de experimentar, como si fueran las verdaderas científicas de la época, habían sido capaces de encontrar nuevas combinaciones y aplicaciones de estos remedios ancestrales, hecho que también despertó las suspicacias y la desconfianza de la Iglesia, que veía en todo aquello algo mágico y antinatural.
Otro colectivo muy castigado durante la caza de brujas fueron las comadronas porque, a ojos de sus contemporáneos, conocían una serie de misterios que a ellos se les escapaban y les provocaba miedo: no todo el mundo tenía en sus manos el poder de ayudar en el momento del nacimiento y, desgraciadamente, esto a veces iba en su contra, sobretodo cuando se producía la muerte inesperada de los niños que ayudaban a nacer.
Estas mismas comadronas y las mujeres que daban a luz acostumbraban a poner en práctica ciertos rituales mágicos, la mayoría de ellos cristianizados, para minimizar los riesgos reales que corrían.
En este sentido, eran muy comunes las invocaciones a la Virgen o a santa Margarita, el uso de candelas bendecidas, los colgantes de coral rojo o los saquitos de parto, donde se guardaban plegarias para proteger la salud del recién nacido y de su madre.
El trabajo de estas comadronas era muy importante, y en algunos textos medievales que han llegado hasta nuestros días, nos cuentan que acostumbraban a sentarse en el suelo, frente a la silla donde estaba la partera, mientras otras mujeres la sujetaban por los hombros, y cuando nacía el niño, la comadrona lo levantaba para comprobar que estuviera bien.
Otro fenómeno interesante es el que hace referencia a las mujeres que eran acusadas de hechiceras porque tenían un amplio conocimiento de hierbas curativas y también de pociones, ungüentos y rituales con los que, supuestamente, tenían el poder de dar y quitar el amor, la salud o la propia vida. Durante muchos siglos se creyó ciegamente en la efectividad de ciertos sortilegios que permitían ganarse el amor objeto de deseo y, frente a esta realidad, la Iglesia fruncía el ceño y condenaba aquellas prácticas que eran fruto de la superstición y la magia.
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